miércoles, 24 de febrero de 2010

La frontera entre siempre o jamás.

He aquí el quid de la cuestión. Nuestros caprichos se han reducido a esto, a una mirada agradable, culpable, y a un abrazo de despedida. Me haces sentir pobre, pobre de sentimientos, como si no tuviera otro modo de acabar, nunca. Por eso sonrío, creo, para enriquecerme de mí y de mis actos, pasados o futuros, e incluso presentes. Esta es mi manera de hacerme (y haceros) ver que todo marcha bien, de nuevo, o aún. Sin embargo, sigue rondando por mi cabeza si acaso merece la pena dejarlo todo por un minuto de interferencias, si acaso vale la pena satisfacer mis caprichos a pesar de las obvias consecuencias cercanas. En esto me baso, a veces prefiero sentir de todo, bailar con la luna, recorrer mis deseos, de punta a punta, mirar, arriesgarme el pecho, dejarme la piel. El momento, el minuto, la intensidad. Creo que mi vida(y quizá también la vuestra, aunque todo depende) está llena de momentos, de situaciones, que conllevan a consecuencias. Bien, de aquí lo importante para mí son las situaciones, no las consecuencias. Aunque mis consecuencias suelen ser un infierno, quizá porque me gusta sufrir un poquito de vez en cuando, cosa que sé que debo arreglar, y que de hecho, ahora mismo estoy experimentando, ya que, bueno, habiendo ocurrido ya, habiendo pasado y llegados a este punto, no veo necesario lamentarse de nada. Quizá mañana mi actitud cambie, cosa que también debería perfeccionar. Contrólate. Contrólate. Oh, cielos, me contradigo constantemente. Separemos las cosas. Bien: vive el momento, rechaza lo posterior. Sí.
Antes de ayer, mientras llovía a cántaros y yo le daba vueltas a lo que ocurriría al día siguiente, pensé que, cuando llueve, el tiempo pasa más deprisa y los momentos se tropiezan entre ellos. Ayer, cuando volvía a casa después de acabar con los besos y aunciar que los íbamos a tirar a la basura, pensé que, obviamente, un Febrero, siendo mío, no podía acabar bien. Bien relativamente, es decir, mis Febreros son revueltos, llenos de circunstancias y momentos que se absorben unos a todos, y actúan como una tormenta. Sirven para aprender de todo, sobre todo de mí y de las personas, que, basicamente, son la vida en sí.
Analicemos la siguiente frase: Quién no va a cambiar una semana por un minuto de interferencias. Es curioso lo jodidamente bien que me viene, es incluso cómico que la usara antes de saber que estaría hoy, aquí, ahora, con todo esto a mis espaldas y la sonrisa en la cara.
Please, for once in my life, let me get what I want. Lo gritaría tan alto que os rompería a todos los oídos.

5 comentarios:

  1. Yo con los ojos cerrados cambio una semana por un minuto de interferencias o por un calambre fugaz o por... yo que se ya...
    Medir las consecuencias nos hace recular muchas veces y el que camina de espaldas acaba tarde o temprano tropezando.

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  2. Uf, lo de pobre de sentimeintos es un problema, y grave

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  3. yo siempre pensando en las consecuencias y aun así actuando porque me apetece "sentir" con todas las letras. Veo que no soy la única.

    Y me identifico porque el masoquismo es también una característica común.

    Muaaa.

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