miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cuatro mil días después de aquel año obcecado.

Con las manos cubiertas de miel y el deseo repleto de sed. Después de aprender la función del corazón y la presencia del dolor. Tras desgastar todos aquellos gritos y envasarlos al vacío. El tiempo sique sin pasar. El aire recorre la misma dirección, agotado de tanto respirar. Corre buscando un encuentro hasta la despedida.

Mirarte de frente, admito en voz alta que no pocas veces he sido tentado en coger la esperanza y lanzarla sin más a la fosa común, donde yacen los sueños que nos diferencian.

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